Hace unos días, al pasar por el Carrer Conill, me sorprendió ver la casa de la esquina al Carreró de les Animes completamente derribada y, de repente, me invadió un profundo sentimiento de tristeza: en esa casa nací hace casi 52 veranos y viví los primeros años de mi vida, compartiendo el espacio con mis abuelos paternos.
Se trataba de la casa típica de un pueblo en el que todavía predominaba una economía agraria. De hecho, mi padre era labrador de profesión y no empezó a trabajar en la fábrica Payá hasta después de nacer yo. La casa tenía su entrada principal por el Carrer Conill y una trasera que daba directamente a la ribera del Riu de les Caixes, seco en la mayor parte del año aunque, cuando había alguna tormenta fuerte, bajaba lleno y su cauce ocupaba todo lo que ahora es la avenida de su mismo nombre (por cuyo subsuelo se construyó el cauce soterrado).
Como decía, la casa donde nací tenía su cuadra, donde se guardaba la mula y el carro, y su corral, donde mis abuelos criaban gallinas y conejos. Según parece, en aquel mismo corral habia un pozo de nieve antiguamente (en esta web aparece identificado). En la primera planta vivían mis abuelos, con estancias que recuerdo espaciosas (pero que no lo podían ser tanto) y me parece ver la mesa en la que mi abuela pastaba para hacer pan, coca de flare, coca d'oli, sequillos, pastisets, torronets y muchas otras especialidades típicas. En la segunda planta estaba nuestro modesto hogar, con una pequeña cocina y un aseo que cosistia en un un pequeño lavabo y un agujero que hacía de retrete. En la parte superior estaba la pallisa, donde se guardaba hierba seca y paja para alimentar a los animales en invierto.
Recuerdo que aquella casa era como una auténtica explotación económica familiar, mitad rural mitad urbana, dentro de un pequeño ecosistema de artesanos y pequeños negocios que nos rodeaba: Pujalte, el distribuidor de petróleo a granel, la fábrica de hielo del tío Hermeregildo, el horno de pan de Cotorra (ahora Mariel), una fontanería, una tienda de muebles (primera ubicación de Muebles Verdú) y el taller de reparación de bicicletas de Carlots.
Pero apenas recuerdo mucho más, mi memoria es borrosa. Marché a vivir a la Glorieta de España con apenas 5 años y aunque seguí entrando y saliendo de aquella casa en mis habituales visitas a mi abuela y a mi tia, no consiguo recordar más detalles. Quizás mi hermana, que era algo mayor, sea capaz de contar algo más.
El paso del tiempo y el abandono habían castigado su estructura y mi primo, actual propietario, tuvo que tomar la dolorosa decisión de demolerla. No se lo reprocho en absoluto, pero para mi es como si me hubiesen arrancado un pedazo de carne.
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