De izq. a dcha.: Cayo Lara, German Sempere y Santiago Gisbert |
Como he dicho, mi relación con Santiago arranca en la infancia. Recuerdo las tardes de juegos en el jardín de su casa (que a todos nos parecía un sitio casi idílico). Más tarde, la vida nos fue encaminando por senderos diferentes. Santiago era un buen estudiante y tenía una inteligencia innata, lo que le permitió hacer una carrera universitaria. Yo ni pude, ni supe, ni quise, y el destino me llevó a ser empleado en Juguetes Rico. Sin embargo, pese a todo lo ocurrió en aquella fábrica durante los años 1980-1985, Santiago nunca dejó de saludarme.
Pocas personas conozco que se hayan ganado el prestigio alcanzado por Santiago al frente de AIJU. Ajeno a colores políticos, Santiago se enfrascó en un ambicioso proyecto que convertiría al Instituto Tecnológico del Juguete en un centro de referencia a nivel supranacional. Y aunque un maldito cáncer invadió sus entrañas, él no perdió su buen humor y sus ganas de vivir. Me asombró su entereza, en la habitación del hospital, cuando le visité hace un par de años, tras una intervención quirúrgica, me dijo: "José Vicente, aquí estoy ... y no tengo un plan B".
Ante todo, Santiago era un trabajador incansable, incluso cuando su enfermedad le hubiera permitido abandonar su puesto. La última vez que hablé con él fue el pasado mes de octubre, con ocasión de visitar AIJU con Cayo Lara, y fue entonces cuando me contó que había tenido que recurrir la resolución de la Seguridad Social que le concedía la invalidez total (¡él no quería retirarse!, ¡él quería trabajar!).
He conocido a muy pocas personas tan especiales como Santiago y tenía que decirlo. Mi más sentido pésame a toda su familia, sus amigos, sus compañeros, ...
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