Hace unos días leía un post en el Blog Salmón titulado "Prohibir las inauguraciones", en el que se lanza una pregunta: ¿y no se podrían haber prohibido las inauguraciones de obras públicas? Se trata de una reforma que no limitaría la libertad de los ciudadanos (excepto de aquellos que ocupan un cargo público) y que como mucho solo afectaría a las empresas de catering.
Y justo al día siguiente se hacía pública la presencia de la Alcaldesa de Ibi en el Barrio Nueva York para presentar la pintura de las fachadas de esos edificios. No se trata de una "inauguración", pues no creo que a nadie se le pueda ocurrir inaugurar la pintura de una fachada (si se busca esa secuencia en Google apenas arroja un par de resultados), pero como si lo fuese, pues, como se aprecia en la foto, tuvo su protocolo, su cartel, su cortinilla, etc.
Estos actos tienen algo de postizo. Como decía hace unos meses un periodista madrileño: "Pero lo de las inauguraciones de obras públicas siempre mantiene esa bencina de impostura, de insinceridad, de fraude. Mande quien mande, que las inauguraciones no tienen color ni principios ideológicos que las amparen. A poco que se rebobine allí están las imágenes del penúltimo jefe de Estado español, al lado de una feroz caída de agua. “Queda inaugurado este pantano".
Se llega incluso a inaugurar instalaciones que no están listas para su uso. Es un vicio propio de los políticos, especialmente cuando están cerca las elecciones. En el libro "Las anécdotas de la política.De Keops a Clinton", de Luis Carandell hay alguna que prueba que esta tontería ya existía en épocas pasadas. Cuenta que en 1852 un Ministro quiso celebrar el cumpleaños de la reina Isabel II inaugurando el Hospital de Nuestra Señora del Carmen, pero como en esos momentos ese hospital era un mero proyecto, obligó a desalojar un asilo de niños, lo limpiaron, le pusieron muebles y algo de decoración, llevaron a unas monjas y lo dejaron todo listo para la visita de la Reina, que quedó grátamente complacida.
La liturgia de las inauguraciones debería ser cosa del pasado. Lo de cortar la cinta, poner la primera piedra, y otros eventos similares, en la mayoría de los casos, sólo sirven para llamar idiotas a los ciudadanos que tienen que decidir en unos días quienes deben administrar sus bienes. Hoy, por pura lógica, un ciudadano debería saber si un político, al que le paga el sueldo, está administrando bien sus recursos o se los está gastando en gilipolleces, pesebreros y fanboys.
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